Voces en las ondas



Apenas había luz en el bosque, era tan de noche que ya empezaban a salir las primeras luciérnagas y los búhos comenzaban a despertarse. Se respiraba un ambiente tranquilo, el ruido de los grillos compensaba la ausencia de sonidos. 


De repente, de una madriguera sale un conejo, curioso por ver qué le podía deparar el bosque en las horas nocturnas. Al conejo le había llegado la información de que aquel bosque estaba encantado. 


Puesto que no sabía si eso era cierto, salió de su madriguera y fue a buscar a su amiga la ardilla, que también se despertó para investigar con él. 


- Ardillita, ¡vamos, que tenemos mucha prisa! No queremos que nadie nos descubra -dijo susurrando el conejo. 


- Ya bajo, tengo que coger una linterna primero- le susurró Ardillita. 


Los dos se adentraron en las profundidades del bosque, sigilosos y atentos de lo que pasaba a su alrededor. Para hacer más divertida la caminata, Ardillita le enseñó a Conejo un trabalenguas que había aprendido ese día en la escuela,  que decía: 


"Lado, ledo, lido, lodo, ludo,

decirlo al revés lo dudo.

Ludo, lodo, lido, ledo, lado". 

Entonces, conejo le dijo que tenía también un trabalenguas más largo:


Me han dicho que

que tu has dicho un dicho

que yo he dicho.

Ese dicho está mal dicho,

pues si yo lo hubiera dicho, estaría mejor dicho que el

dicho que a mí me han dicho.



Y Conejo finalmente, le contó a Ardillita un poema que había aprendido también ese mismo día. 

-Mira Ardillita, dice así:


Así como un espejo

Me reflejo en tu amistad

Ya que todo lo que te doy

Tu, de algún modo, me das.


Yo te entrego comprensión

Y tu mirada me acaricia.

Si te regalo buen humor,

Tu me premias con tu risa.


Así, como en un espejo,

De tus ojos yo recibo

La ternura con que sueño

Y el amor con el que te miro.


Terminaron disfrutando de una noche en el bosque sin ningún tipo de miedo.

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